Hoy: Lun, marzo 17 2025

En favor de los matices

Esta semana circuló un ideario de sesenta puntos de un candidato que aspira a ocupar la presidencia. Un punto de ese ideario resulta especialmente llamativo, pues no parece referirse a un objetivo concreto, sino a un procedimiento para lograr el resto de las propuestas. Allí dice: “Todos debemos aprender a respetar éticamente a aquellos que piensan distinto. No podemos suponer, como un prejuicio, casi como un reflejo, la mala intención ni la ignorancia de contradictores y críticos. El pluralismo es una de las más importantes (y más difíciles) virtudes democráticas”. Intentaré argumentar por qué este punto no debería ser solo uno de los muchos de este ideario, sino un eje común de todo proyecto político.

Inicialmente, esta es una propuesta que invita a cultivar el diálogo y la argumentación como método, como un procedimiento para entender los problemas y proponer soluciones. Me explico: en Colombia el debate público ha llegado a un punto de saturación tal, que ya no solo se tiende a marginalizar o silenciar a quienes abiertamente nos contradicen, sino que incluso las voces moderadas y que se permiten ciertos matices aparecen como opciones inviables que carecen de solidez. Este proceso se da porque, en parte, hemos tendido a construir los discursos públicos con base en falacias, es decir, con base en argumentos incorrectos, pero con una gran capacidad para persuadir.

Además, es un llamado a identificar y calmar las pasiones que genera la pertenencia a un grupo, aquella característica humana llamada “tribalismo”, y que está íntimamente ligada al instinto de protección que nos obliga a salvaguardar a quienes piensan como nosotros y a sospechar de quienes divergen de nuestras posturas. Esta práctica, como bien afirma Mauricio García Villegas, puede llevarnos a lugares peligrosos, pues la emoción de ser parte de un grupo podría servir como justificación de cualquier cosa que se haga en nuestro nombre.

Pero, sobre todo, es una invitación a despenalizar socialmente el disenso y a profundizar en la idea de que podemos tener posturas definidas, incluso muy intensas, sin subirnos a la dinámica del discurso intolerante que separa justos y pecadores, buenos y malos. Cuando aparecen los matices en las discusiones, algo que suele ocurrir con frecuencia, es posible percatarse de que incluso las personas más diversas pueden coincidir en temas fundamentales sin tener que renunciar a sus principios. Un ejemplo claro fue la voluntad que llevó a la culminación de los acuerdos de paz de La Habana, en donde dos partes decidieron escucharse hasta encontrar, en medio de sus diferencias, los elementos necesarios para construir un proyecto de tolerancia y entendimiento.

Esta propuesta no debería pertenecerle exclusivamente a un candidato, que en este caso es Alejandro Gaviria, sino que tendría que ser uno de esos puntos comunes que todo aspirante a un cargo de elección popular debe adoptar como herramienta para facilitar los grandes consensos que toda sociedad merece y necesita. En términos electorales, el único camino de la esperanza no puede ser el de derrotar a los políticos tradicionales o el de impedir a toda costa la llegada de líderes progresistas. Entre otros caminos, está la posibilidad de encontrar consensos con aquellos grupos que se plantean inalterables y absolutos, evidenciando que los matices le dan vida a nuestra precaria democracia y que el diálogo, como cimiento de la discusión pública, puede ser el medio que nos permita, no solo escuchar el eco solitario de nuestra propia voz, sino lo que el resto de Colombia tiene por decir.

Kenny Sanguino Cuéllar

Profesor investigador Universidad Libre de Colombia – Seccional Cúcuta

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