La época dorada de Cúcuta

Cuando se acercan las festividades de diciembre y tenemos la oportunidad de reencontrarnos con viejos amigos en algunos de los otrora lugares inolvidables de nuestra ciudad, no podemos más que recordar con nostalgia la época dorada de Cúcuta, cuando disfrutábamos la ciudad placenteramente, comiendo unos pasteles de garbanzo en la Dacha o un buen vaso de masato donde las Gamboa, o en los carritos ambulantes, o un cabrito en salsa los domingos en el Cabrito Dorado con una Hipinto bien fría.

Y cómo no recordar la programación de actividades de diciembre, cuando a los clubes sociales llegaban en sus flamantes buses los Melódicos, la Billo’s o el Indio Pastor López, que encontró su tierra soñada en Cúcuta, orquestas que no perdían oportunidad de estar en la boyante ciudad. En los barrios se reunía la comunidad con alegría y alborozo a adornar sus cuadras con triangulitos de colores que adornaban y alegraban el barrio, la esperanza de las personas vivía en sus caras y bien o mal las oportunidades llegaban. Se contaban por cientos los venezolanos que acudían a Cúcuta a realizar sus compras y llenaban sus baúles de ropa y víveres, porque el cambio les favorecía. “Ta’ barato, dame 2”, era la frase de moda entre ellos.

El otrora comercio de la ciudad de Cúcuta creció gracias a los miles de venezolanos en bonanza que encontraban en la ciudad productos de excelente calidad y una despensa económica con mucha variedad, lo cual derivó en muchos empleos para los cucuteños.

Y en contravía, cómo no recordar las inmensas “colas” de nosotros los cucuteños para entrar a San Antonio y Ureña en compañía del “mono”, ese sol inclemente que acompañaba las bestiales filas de vehículos que se acercaban a no más de 5 centímetros entre ellos para evitar dejarse quitar el puesto y lograr pasar la frontera para comprar el pollo, la carne, el jamón y todo lo que se necesitaba para las hayacas en el Supermercado Ebenezer o en los cientos de puestos callejeros, muchos de ellos atendidos por cucuteños, para comprar los juguetes, carritos y aviones o las muñecas, que nuestros padres en esa época compraban para nosotros hoy día.

Al terminar la faena, la alegría se sentía y los planes para hacer las hayacas entre los vecinos y familiares, tomarse el ponche crema, el roncito, el ‘güisquicito o el aguardiente Extra de nuestra licorera, era de los planes más esperados para final de año. Y no olvidar la “pinta”, la cual era obligatoria desde “Velitas” el 7 de diciembre, “Navidad”, “Año Nuevo” y hasta “Reyes” el 6 de enero, cuando todo volvía a la normalidad y seguíamos en la faena de disfrutar la ciudad y prepararnos nuevamente, ahora para Semana Santa, con sus tradicionales procesiones por la avenida 5, que muchos recordamos.

Cada fecha importante nos la gozábamos, esa era nuestra ciudad, quizá la ciudad que muchos jóvenes de hoy no conocieron. La Cúcuta que un grupo de políticos se robó desde hace más de 30 años y que volvieron su negocio de bolsillo, que ahora se pasean entre los cargos de poder de la ciudad disfrazados de doctores y personas honorables, privándonos a los cucuteños de esa alegría y esperanza que antes se respiraba y que ahora sume a Cúcuta en un deshonroso tercer lugar en índice de pobreza a nivel nacional.

Ya se anuncian otra vez los mismos que se han robado la ciudad, para alcaldías y gobernaciones, reúnen sus capitales y hacen pactos secretos para burlar nuevamente a los incautos a los que les compran los votos y los mantienen en la desgracia, para evitar que se den cuenta de sus verdaderas intenciones: robarse la ciudad.

Pero no vale la pena terminar esta columna con temas negativos, máxime cuando vemos que los cucuteños nuevamente están reaccionando, están pensando y desean vivir en una nueva ciudad, la Cúcuta ideal, la ciudad de la alegría, esa ciudad que no nos vamos a dejar arrebatar por los sinvergüenzas que quieren robarse los recursos de los cucuteños.

Es fácil convertir a Cúcuta nuevamente en una ciudad ideal, una ciudad con tal variedad de actividades y sitios por escoger, para cenar, para divertirse, para deleitarse visualmente, que revivan la ciudad y la conviertan en una ciudad digna de visitar nuevamente, con una oferta para todos.

Entre todos decidimos qué ciudad queremos. Hagamos nuestro mayor esfuerzo.