Hoy: Lun, marzo 17 2025

Lo atroz y lo divino del Catatumbo

Faltan 20 días para que once personas decidan si aceptan o no su responsabilidad en crímenes de guerra y de lesa humanidad. El proceso se sigue ante la Jurisdicción Especial para la Paz, se le conoce como el “Caso 3” y busca esclarecer algo que los jueces penales han intentado descifrar hace más de diez años: las desapariciones forzadas y asesinatos presentados como bajas en combate por agentes del Estado en Norte de Santander durante los años 2007 y 2008. En otras palabras, busca conocer lo que ocurrió con los “falsos positivos” en esta región del país. Teniendo en cuenta la dificultad que implica sintetizar la extensa y detallada decisión de la Sala de Reconocimiento de Verdad, intentaré dar tres razones por las cuales considero necesario leer ese documento.

Primero, es una decisión que explica puntualmente cuáles son las características del Catatumbo como un territorio que todos los ejércitos se disputan y que ninguno puede dominar por completo. Allí se menciona el proceso de colonización de mediados del siglo XX, el aumento de grupos guerrilleros en la década de los 80 y la incursión paramilitar de 1999. También se resalta el valioso lugar geográfico que tiene esta región y del que los grupos delictivos han sabido aprovecharse: su cercanía con el Magdalena Medio y con Venezuela, su aislamiento del centro del país y la ausencia de carreteras hacia los centros de poder político y económico.

Además, es un documento en el que los testimonios permiten entender que lo ocurrido no fue producto de un ataque de locura colectiva, sino que hizo parte de una política institucional. Por ejemplo, sobre las exigencias de bajas en combate, uno de los testimonios dice que debían “mostrar el muerto, pues si no hay muerto no vale”. El testimonio de Santiago Herrera habla de la presión recibida para “obtener muertes a como diera lugar” con frases como “mire a ver qué hace”, “toca dar una baja” y “oiga, quiubo de los resultados”. Quienes daban resultados tenían premios, felicitaciones, permisos, planes vacacionales, comisiones al exterior; quienes no, se les amenazaba con la destitución, traslados y malas anotaciones en el folio de vida.

Finalmente, es un texto que debe leerse como una empresa con propósito de verdad y que va más allá del ámbito jurídico, pues además de contar dónde, cómo y cuándo ocurrieron estos actos atroces, también intenta conocer la voz de quienes padecieron estas violencias. Un relato dice: “Yo antes era una mujer feliz. Ahora no tengo ninguna motivación, ni sueño. Yo quisiera ser feliz, pero no se puede borrar nunca de la vida este dolor. Todo para mí cambio. Yo no quisiera ni peinarme, ni hacer nada, perdí la motivación de todo. Yo vivo ahora como asustada”. También se puede leer el testimonio de madres revictimizadas: “No nos recibieron la denuncia. Decían que ‘por algo sería’”. Y aún hoy, muchos de los familiares siguen sufriendo daños morales, emocionales y a la salud mental, como producto de los duelos inconclusos.

Por estas razones, considero necesario leer y discutir públicamente el Auto 125 del 2 de julio de 2021 de la Sala de Reconocimiento de Verdad de la Jurisdicción Especial para la Paz. Porque nos recuerda que los seres humanos somos capaces de lo atroz y lo divino, “de los actos más nobles y de los más abyectos, de poemas sublimes y asesinatos dementes”. Pero también, parafraseando a García Villegas, porque nos advierte que no estamos condenados a seguir los rumbos que nos traza la barbarie y que buena parte de la solución depende del empeño que pongamos en moldear el barro del que estamos hechos.

Kenny Sanguino Cuéllar

Profesor investigador Universidad Libre de Colombia – Seccional Cúcuta

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