Los miserables

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Uno de los grandes problemas que ha golpeado nuestro país y en especial la frontera donde se ubica Cúcuta, es el del éxodo venezolano y aunque mucho se ha dicho, poco se ha hecho. En la novela de 1862, ‘Los Miserables’ de Víctor Hugo, se plantea un paralelo entre el bien y el mal, en contextos cotidianos que van desde lo social y lo político hasta lo religioso; al igual que en la precitada novela, seguramente muchos venezolanos eran ciudadanos de bien que, por las circunstancias de necesidad y desespero, han sido arrastrados a la miseria, la delincuencia y la discriminación, ¡tratados como miserables!

Las últimas declaraciones del director de Migración Colombia indican que el número de venezolanos en Colombia asciende a 1.748.716; esta cifra se traslada en mayores índices de pobreza, inseguridad y población vulnerable. Este problema está lejos de ser resuelto, en primer lugar, porque vistos los hechos, en Venezuela ya se estableció el régimen; y segundo, porque por un tiempo, más venezolanos seguirán llegando, huyendo del mismo.

La idealización del venezolano

En la época de lo políticamente correcto, donde a quien emite una opinión con argumentos lo satanizan, y donde los problemas y la cruda realidad se idealizan, el problema venezolano no es ajeno a esto, pues la improvisación y falta de una política pública para asumir el impacto del éxodo, es la única política pública que parece haber (actualmente cursa un proyecto en Congreso, de Política Integral Migratoria); aun así, uno de los principales problemas, en mi opinión, es querer buscar la solución más con el corazón que con la cabeza, y en ese sentido, debemos evitar en primera medida la idealización del inmigrante venezolano; mucho se suele decir que no hay que estigmatizar a los venezolanos y en eso estoy de acuerdo. Por otro lado, también, debería evitarse idealizarlo, y con esto me refiero a que, si bien es lamentable la escena de miles de inmigrantes caminando por las carreteras de Colombia, así como las historias que en semáforos, buses y esquinas nos relatan acerca de cómo les tocó dejar su país por culpa del régimen, y su buena disposición de trabajar en lo que toque, lo cierto es que no todos estos venezolanos han sido víctimas, seguramente algunos de estos ayudaron a consolidar el régimen chavista, y a  pesar de ver cómo el país iba rumbo a una catástrofe, apoyaron el gobierno socialista mientras recibían asistencia de algún tipo; muchos otros seguramente llevan años sin trabajar, acostumbrados a su subsidio mensual a cambio de apoyar la dictadura, y esto es mucho más fácil que salir a trabajar y ganar lo mismo. “No hay nada más peligroso que la interrupción del trabajo, porque es una costumbre que se pierde.” (Los Miserables, Víctor Hugo).

Ahora, con un país totalmente estatizado, que hace inviables los subsidios a los estratos bajos, sí desean ir a otros países a acaparar el  mayor trabajo posible, afectando en muchos casos la economía informal, cobrando precios irrisorios por la mano de obra, y enviando remesas a Venezuela donde estos pequeños ingresos multiplican su valor, perjudicando a la final la mano de obra informal de nuestros colombianos, los cuales dejan de ser contratados por cuestión de precios; por el lado de la economía formal, también hay que decir que algunos empleadores, aprovechando la situación, despiden colombianos y contratan venezolanos en condiciones menos favorables.

Empezar a construir soluciones

Si bien las donaciones, subsidios, ayudas alimentarias, medicinas y demás, están bien, y hablan del gran corazón del colombiano, en especial para ayudar a nuestros hermanos venezolanos, es necesario empezar a construir soluciones, conjuntamente entre sector público y la empresa privada; pertinente sería que el gobierno de turno hiciera una retrospección.

¿Cuántos migrantes puedo vincular a la economía formal? ¿a cuántos migrantes puedo ofrecerles condiciones de vida dignas, por medio de subsidios? No podemos seguir ganando indulgencias, pensando que nuestra labor se limita a regalar mercados y entregar subsidios; el objetivo del gobierno, sector privado y sociedad civil debiera ser ofrecer una vida digna en nuestro país, a esos venezolanos que tuvieron que dejar su tierra por causa del infierno comunista; pero hay que ser realistas y aceptar nuestras limitantes económicas, sociales, y políticas;  por esto, se debe deportar un gran número de venezolanos que el país no esté en condiciones de albergar, y en especial a aquellos que están en las calles delinquiendo, aumentando la percepción de inseguridad y pobreza; mucho menos, se debe seguir promocionando que Colombia es el país a donde pueden venir únicamente a vivir de subsidios y ayuda humanitaria internacional, a una población que en muchos casos lleva 20 años viviendo de subsidios a cambio de sumisión con la dictadura.

Vale la pena traer a colación, que el gobierno actual algo ha avanzado en esta materia. En febrero de este año se emitió el Decreto 117 de 2020, el cual crea el Permiso Especial de Permanencia para el Fomento de la Formalización”, que permite al ciudadano venezolano permanecer en el país de manera regular, recibiendo un pago formal y haciendo los respectivos aportes establecidos en la ley como lo hacen los demás trabajadores del país. Por su parte el Servicio Público de Empleo adelanta desde febrero de 2020 una estrategia de caracterización de barreras laborales de la población venezolana; aun así, sigue siendo un problema en crecimiento, y al cual se le debe dar mucha más prioridad ahora que es “manejable”. Por parte del legislativo, actualmente cursa un proyecto en el Congreso, buscando una Política Integral Migratoria, enfocada a 3 tipos de población: los retornados, los colombianos en el extranjero y los migrantes extranjeros que están en el territorio colombiano, ponencia, muy oportuna de la senadora Emma Claudia Castellanos.

Abarcar menos y dignificar más

Gran parte de lo que motiva esta columna, es exponer la necesidad de que entre todos busquemos mejorar la calidad de vida del venezolano de bien, que viene en busca de oportunidades al país de forma honrada, y exponer la imperiosa necesidad de deportar el exceso de población venezolana a la que no se le puedan ofrecer condiciones dignas de vida. Dicho de otra forma, abarcar menos y dignificar más, si no, ¿qué sentido tiene para un venezolano salir de las condiciones miserables de Venezuela, para vivir en condiciones miserables en Colombia?

Para concluir con esta columna, quisiera traer a colación una cita de “Los Miserables” que no dista mucho de todo lo expuesto anteriormente, y de la realidad diaria que padecen los migrantes:

El humano sometido a la necesidad extrema es conducido hasta el límite de sus recursos y al infortunio para todos los que transitan por este camino.

Trabajo y salario, comida y cobijo, coraje y voluntad, para ellos todo está perdido. La luz del día se funde con la sombra y la oscuridad entra en sus corazones; y en medio de esta oscuridad, el hombre se aprovecha de la debilidad de las mujeres y los niños y los fuerza a la ignominia. Luego de esto cabe todo el horror. La desesperación encerrada entre unas endebles paredes da cabida al vicio y al crimen…
Parecen totalmente depravados, corruptos, viles y odiosos; pero es muy raro que aquellos que hayan llegado tan bajo no hayan sido degradados en el proceso, además, llega un punto en que los desafortunados y los infames son agrupados, fusionados en un único mundo fatídico.

Ellos son ‘Los Miserables’, los parias, los desamparados.”  (Víctor Hugo, Los Miserables, 1862)

Santiago Soto Luna

Abogado especialista en Derecho Minero Energético
Universidad Externado de Colombia.
Twitter: @SantiagoSotoLun

15 comentarios en “Los miserables”

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